4. Arquitectura naval

4.3. Innovaciones estructurales

Quilla

Su importancia para la construcción naval era conocida desde época inmemorial, pero pasaría mucho tiempo antes de que se supieran las ventajas en las faenas de bolina y de viradas por avante.

Las quillas de galeones, naos y embarcaciones en general eran poco profundas, y sus puntales menores, esto aumentaba el empuje a sotavento y disminuía el rendimiento.

Naves con “mucho plan y poco puntal” según los criterios de Tomé Cano en el siglo XVI, solían ser más marineras y aptas para la guerra. La observación es correcta con vectores de vientos mayores de 90º, pero al través[1] o menos, el buque se movía excesivamente. [2]

En el siglo XVII, la quilla se convertirá en la referencia para la construcción naval, en lugar de la manga.

El desarrollo de la quilla disminuyó el efecto del empuje lateral, igual el invento de las aletas holandeses u orzas, en el siglo XVIII. Estos ingenios generan un vector contrario al desplazamiento perpendicular a la horizontal de la vela envergada, permitiendo una derrota menos oblicua.


Velamen y aparejos

        Figura IX.  Tipos de velas de un navío

Las velas utilizadas en aquellos días no eran paños completos y uniformes, de dacrón, con propiedades especiales para el uso eficiente de los vientos.

Las velas cuadriláteras de un galeón la formaban tiras de lonas (olonas, olonnes) o paños de cáñamo o lino, dispuestos verticalmente, cosidas entre sí. Las velas bajas tenían formas cuadras; las superiores, eran trapezoidales, y la mesana era triangular, y sobresalía a proa del palo, que junto con la entena.

La fuerza del viento, considerando la curvidad natural de la vela, y ejerciendo un ángulo 90º del viento, ejercerá mayor presión vertical y poca fuerza lateral. Cuanto mayor sea la curva de la vela, el efecto de la fuerza del viento será menor. La curvidad de la vela depende de sus anchuras, por eso el tamaño, forma y calidad se adaptó al tipo de buque y de misión

Las velas se dividían a su vez en tres grandes paños horizontales. Los dos primeros, llamados papahígos y el último, la boneta, para vientos rastreros, y que podía ser retirada.

En el siglo XVII aparecen los rizos, y sustituyen a las bonetas.

La introducción de las velas de estayes en 1658, a popa de las velas envergadas en los palos mayores y trinquetes, fue fundamental para aumentar la velocidad, porque el flujo del viento que actúa sobre las velas cuadras se traslada a popa, lo que mejora la cualidad de la embarcación para ceñir.

La cangreja y la escandalosa sustituyen a las velas latinas, cuyos paños sobrepasaban el palo mesana a proa, limitando las viradas.

Las naos llevaban normalmente cebadera, trinquete, gavia, mayor, dos bonetas y mesana latina. Las carabelas tenían trinquete, mayor con boneta y mesana latina. No eran buques especialmente aparejados para ceñir vientos.

La sobrecebadera y el juanete se introduce entre los siglos XVI y XVII. En este mismo período se generaliza el uso del palo mesana y contramesana, el palo mayor aumenta de tamaño, y el trinquete se separa más hacia proa. El el trapo del velamen aumenta.

Con la aparición de los estay y los foques, las cebaderas y sobrecebaderas utilizadas en el bauprés, así como las bonetas de las velas bajas, fueron desapareciendo, porque solían cargar mucha agua a bordo.

Innovación importante en el siglo XVIII, fue sin duda el aumento del tamaño del bauprés, que sirvió como soporte de los cables de estayes para mejorar la estabilidad de los palos trinquete, mayor y mesana, así como la implementación de los foques, ceñidores por excelencia.

El volumen del casco, el desplazamiento, la carga (a plan barrido[3] o a plena carga), así como del número y peso de los cañones en portas y en cubierta, permitían determinar la superficie vélica total, el número y tipo de velas, adecuadas para un mayor rendimiento en velocidad y derrota.

El peso de los cañones sin duda afectaba el centro de gravedad, el balance, la escora, las fuerzas negativas del fuego, y la eficiencia de su uso, por lo que los calibres disminuían con la altura de las cubiertas. Con la introducción de argollas en el siglo XVII, el efecto de los socollazos[4] se hizo menor.

Según Jorge Juan, si en las cubiertas bajas se utilizaban cañones de 24 libras, la segunda batería debía tener cañones de 8 libras porque el esfuerzo de éste era el doble, y había un mayor trabajo. Esto sería la distribución ideal, pero la realidad nos indica que se utilizaron calibres más altos como de 12 o 18, posiblemente por lo avances en los refuerzos estructurales en buzardas, varengas, aparaduras, sobrequillas, etc. [5]

 

Jarcia de labor

En las velas mayor y trinquete se usaban los palanquines, amuras y escotas. Ésta última lleva la mayor parte del laboreo a sotavento, en contraparte se encuentra la amura, para mantener la vela en bolina. En los velachos y las gavias se les llaman escotines.  El palanquín, se usa para cargar los puños inferiores. En las velas altas se llaman chafaldetes. Las cañas son los cabos de laboreo para la cebadera. Las candalizas hacen lo propio para la mesana.

Por su parte, los cabos llamados bolinas, se usan para tensar las caídas de las velas hacia barlovento. En las velas de gavia y en el velacho son los boliches. Como los apagapenoles, semejan una especie de arañas.

Para recoger las velas, son utilizados los brioles y apagapenoles. Tiran el pujámen[6] hacia arriba.

Las aplicaciones prácticas de la tecnología más avanzada de aquellos tiempos se solían encontrar en un buque de vela. La limitante de la fuerza eólica como medio de propulsión se hacía evidente por la falta de capacidad para controlar un rumbo recto y exacto, de allí las adaptaciones de las jarcias, motonería, y de la calidad de los paños.


 

Figura X

Jarcia de labor en vela cuadra, vista de proa y popa. Tomado de Cayetano  Hormaechea et al, Los barcos
oceánicos del Atlántico Ibérico
, tomo II, p. 273.
 

 



[1] Navegación con vientos a 8 cuartas.

[2] Tomé Cano, Arte de fabricar, fortificar y aparejar naos, Sevilla, 1608.

[3] Sin carga.

[4] Efecto del desplazamiento de los cañones luego de la detonación, sobre las trincas.

[5]Jorge Juan y Santicilia, Examen marítimo teórico práctico, o tratado de mecánica, aplicado a la construcción, conocimiento y manejo de los navíos y demás embarcaciones. Madrid, Imprenta de Francisco manuel de Mena, 1751. T. II, pp. 186-208.

[6] Ver figura VII.