3. El utilitarismo y la doble moral

Parlamentarios y accionistas

Jeremy Bentham y John Stuart Mill construyeron una filosofía a finales del siglo XVIII, cuyo principio es en esencia, que la mejor acción para el mayor bienestar del mayor número de individuos es posible por la maximización de la utilidad.

Según estos autores, la utilidad está asociada al bienestar que, desde la filosofía moral, se denomina felicidad. En pocas palabras, las consecuencias de una acción, constituye un criterio a ser considerado, para definir si es moralmente correcto.

Esta corriente filosófica, guía tradicional de la política inglesa, entra en conflicto cuando el interés colectivo se mimetiza con el de un reducido grupo asociado al poder, y cuando los fundamentos morales sobre una buena o mala acción están invariablemente unido a los fines.

Es extensa la lista de miembros del gobierno británico, y demás figuras públicas involucradas en las compañías mineras formadas en Venezuela, luego de 1850. Nos proporciona una serie de reiteraciones íntimamente imbricadas a la emocionalidad, y lo que ello implica: codicia y manipulación. Una numeración exhaustiva de accionistas e intereses excedería los límites de este trabajo. Tomemos una muestra.

 

Tabla I

Compañías y Accionistas de compañías mineras con operaciones en Venezuela

Año de creación

Compañía

Accionista

Condición

1887

New Chile Gold Mining Company

Hugh Watt

Parlamentario activo

1889

British Guiana Land Expploration Syndicate

Hugh Watt

Parlamentario activo

1880

Callao Bis

Conde de Perth y Melford

Noble

Horatia Nelson

Noble

W. F. Nuthal

General que sirvió en la India

Henry Maiwering Dunstan

Noble, descendiente de una antigua casa normanda

R.F. Gladstone

Familiar del varias veces primer ministro (1868-1874,1880-1885, 1892-1894)

Alexander Ward

Noble

 

La mayoría de los mencionados fueron inversores que no tenían la más mínima idea sobre exploraciones mineras, y sobre los cuales debemos hacer mayores investigaciones. Con tan escasa muestra, no podemos establecer una relación directa total entre éstos y los sucesos en el Esequibo, salvo en casos emblemáticos, que no fueron pocos, en el que las relaciones comerciales fueron utilizadas para permear los fines de Estado. Refirámonos al relacionado con el parlamentario Hugh Watt.

El escocés Hugh Watt (1848 – 1921) representa en nuestro trágico escenario de expolio y usurpación, el prototipo del oportunista avaro y gorrón, con una evidente desconexión moral con las consecuencias de sus actos. Una fea combinación entre intereses privados y la actuación política, jalonada por las posibilidades de un pródigo rédito económico. 

Manejó con habilidad esa incómoda doble moral anglosajona, que tolera soterradas licencias, a sus servidores públicos. Una permisividad que en cambio, ha sido considerada como gravísimo defecto entre la clase política de las regiones semi - bárbaras, como gustaban en calificar a  Venezuela, tal vez porque no guardaban las formas estéticas y las alianzas oportunas.

El tema de parlamentarios británicos, involucrados en extensas propiedades coloniales no es nuevo, parte de las causas de la Guerra de la Oreja (1739-1748) está unida a los intereses de este grupo en Jamaica, y cuya cantidad invertida, ha sido debidamente cuantificada.

Hijo del Sheriff de Ayshire, Watt estudió en la Academia Kilmarnock y en la Universidad de Ginebra. Luego de algunos intentos como escritor de temas científicos y director de una empresa eléctrica, se dedicó al comercio en varias ciudades, como Londres, Liverpool y Glasgow.

Incursionó con éxito como político liberal, resultando electo al parlamento británico. Ejerció la tribuna entre 1885 y 1892. Su vida personal fue poco edificante. Maltratador y adúltero, su esposa obtuvo el divorcio por tales razones. Fue condenado a cinco años de prisión por el intento de homicidio de su primera esposa en 1905, sólo cumplió un año de condena.

Los informes de geólogos, exploradores y empresarios mineros que estudiaron las regiones guayanesas, exacerbaron la imaginación de este singular parlamentario, así como de los medios para convertirse en un próspero emprendedor, no uno cualquiera. La indefinición de límites con Venezuela y la actitud dubitativa del gobierno inglés, servirían a unos fines personales, disfrazados de motivaciones nada patrióticas.

No por casualidad, como comprobaremos más adelante, Watt se había convertido en el principal abanderado de una violenta ocupación del territorio esequibo.

La codicia de los buscadores de oro ha encontrado la máxima expresión en el presidente de la New Chile Gold Mining Company, Mr. Hugh Watt. [1]

El futuro pintaba promisorio para tan insaciable devorador de mundos. Con tales antecedentes, los accionistas de la compañía New Chile Gold Mining, lo nombraron su presidente. No sería la única.

El caso de Watt no es aislado. Varios funcionarios extranjeros tuvieron intereses comerciales en Guayana, atados a un proyecto político de su país de origen.

Ciudad Bolívar fue un centro financiero y diplomático muy particular en el siglo XIX, cuando aún mantenía viva la fama de capital primogénita, y de testigo de una de las más grandes hazañas de la Guerra de Independencia. En ella abundaban tantos consulados extranjeros como en la capital del país.

Algunos de los cónsules estuvieron de una u otra forma, vinculados al negocio minero. Por ejemplo, Joshep Austin, cónsul de Estados Unidos acreditado en Ciudad Bolívar, quien obtuvo en 1866, una de las más grandes concesiones jamás otorgadas, y que sirvió de modelo para las siguientes. Por los acuerdos del 5 de noviembre de 1866 y 12 de mayo de 1867, la concesión Austin podía formar hasta 10 compañías mineras, con 40 minas por cada compañía, y una extensión de 10.0000 m2 por unidad de explotación.

Keneth Mathinson Makensie, procedía de Escocia. Había sido oficial británico. Participó en la primera expedición del Generalísimo Francisco de Miranda en 1806. Posteriormente, hizo vida en la colonia inglesa de Trinidad, donde prestó servicios hasta 1840, año en que se trasladó a Angostura. Allí se casó dos veces. Se desempeñó como cónsul inglés en la mencionada ciudad, hasta su muerte en 1886.

Mathinson escribiría al Ministerio de Relaciones Exteriores, el 26 de abril de 1867, la urgente necesidad de encontrar una solución al conflicto fronterizo por los recientes descubrimientos entre los ríos Orinoco, Cuyuní y Caroní.

Años más tarde, serviría como fuente autorizada, para recomendar las acciones de la compañía Callao Bis como una inversión rentable (1881).

Podemos seguir exhibiendo ejemplos, pero sólo pretendemos ilustrar el tema de funcionarios extranjeros y sus actividades comerciales.

 

Las compañías free-standing

Gran Bretaña se regía por el patrón oro desde 1821. El resto de los países siguieron el ejemplo, y abandonaron el referente bimetálico. Pero como las cosas en Venezuela, se desarrollan por alguna razón, con una lógica contra la corriente, el gobierno hizo lo propio con unos cuantos años de retraso, en 1901.

Las entidades comerciales free-standing se diferencian de las transnacionales, por su fuente de financiamiento, que es el mercado de valores doméstico, e inician operaciones exclusivamente en el territorio objeto de su interés, manteniendo unas pequeñas oficinas en el país de origen.

La inmensa mayoría de las compañías formadas para explotar el oro de las minas del Yuruari, fueron de ese tipo.

Las free - standing ofrecían ventajas a los inversionistas. En primer lugar, las leyes que la regían era las inglesas, protegiéndolos de cualquier medida legal tomada en Venezuela. En segundo lugar, la denominación accionaria era emitida en libras esterlinas, de fácil permuta, intercambio e incremento de capital, en el mercado bursátil londinense.

Veintinueve compañías Free – Standing realizaron operaciones en las minas de oro venezolanas entre 1879 y 1894, con una inversión total que, según las fuentes venezolanas, no fueron superiores a los 4 millones de pesos. Otros autores hablan de 13.1 millones de libras para el mismo período. Esto debe ser objeto de mayores investigaciones, porque a juzgar por los montos de participación accionaria presentados por las compañías, nos indica una cifra más cercana a la primera.

El capital invertido para la conformación accionaria de las compañías mineras en la Guayana del siglo XIX, era en su mayoría, de origen extranjero. Veamos el siguiente cuadro:

 

Cuadro I

Compañías y origen (1891)

Compañía

Origen

Concesión (Hectáreas)

El Callao

Venezolana

2.353,20

New Potosí

Inglesa

2.125,65

Venezuela – Panamá

Inglesa

1.279,49

Callao Bis

Inglesa

279,47

Bolívar - Hill

Francesa

279,47

La Concordia

Venezolana

441,92

El Choco

Inglesa

160

Tigre

Inglesa

617,74

La Unión

Venezolana

574,76

Santa Rosa

Venezolana

518

San Salvador

Venezolana

279

Nueva Hansa

Venezolana

215

La Eureka

Francesa

168,39

Chile

Inglesa

573,79

Austin

Inglesa

341,41

Independiente

Inglesa

 

San Luis

Venezolana

92

Victoria

Inglesa

600

Alianza de Cicapra

Venezolana

1.029

 

El 47% de las compañías era de capital inglés, 11% francesa.

El 42% de las compañías mineras eran en teoría de origen venezolano, pero con mayoría accionaria extranjera. Si nos detenemos en cada una, y estudiamos su historia accionaria, comprobaremos lo afirmado.

Un caso particular es la más grande de ellas, la compañía El Callao. Sus principales accionistas representaban a las firmas Baring Brothers (inglesa); Rotschild Freres (francesas) y Sprink (alemán).

Se repartieron en concesiones, unas 11.922 hectáreas, de los cuales, el 52,9% correspondieron a las compañías inglesas.

Los venezolanos, que habían obtenido concesiones, en su mayoría vinculados al gobierno de turno, en general viajaban a Londres, donde ofertaban en la bolsa de valores, las acciones de las compañías recién creadas.

Muchas fueron las compañías que fracasaron antes de 1891, aún sin haber iniciado operaciones

En 1881, sólo las compañías El Callao, Mucupía y Nueva York y Potosí obtuvieron resultados extraordinarios. Las causas de los pocos rendimientos del resto fueron variadas. Básicamente están referidas a expectativas infladas por la propaganda, la especulación financiera, la falta de capital suficiente para las inversiones iniciales, los retornos de beneficios a mediano y largo plazo. En pocos casos se debieron a la pobreza de las minas.

 

Los intermediarios

Generalmente los negociadores de terrenos, concesiones y ofertas públicas iniciales eran empresas privadas de inversiones no registradas en la bolsa de valores. Private investors Association Ltd, y Mines Investment Asociation Ltd, figuraban como unas de las más destacadas en aquellos días.

 

La contraparte venezolana

Estaba asociada a los capitales e inversores ingleses en el negocio minero. Formada por agraciados con concesiones, y propietarios de tierras sujetas a explotación. Encontraremos a figuras cercanas al presidente Guzmán Blanco, como José María Rojas.

José Rojas Espaillat (1828 - 1907) fue un hombre público venezolano con méritos académicos de nombradía, y varias actuaciones diplomáticas a favor de los derechos de Venezuela en el Esequibo.

Compañero de estudios de Antonio Guzmán Blanco, con quien cultivó una larga amistad de suerte diversa. La hermana de Rojas se había casado con Henry Boulton, el presidente de la firma de su nombre, que tenía el monopolio en la importación de harina desde los Estados Unidos, e intereses en líneas de transporte marítimo, ferrocarrilero, la banca privada, entre otras, además de sucursales en la mayor parte de los estados. Dueño de extensas haciendas, como la de San Bernardino, que luego traspasó a su yerno Vollmer.

Boulton poseía el 30% de las acciones de la General Credit & Finance Company de Londres, la que concedió el famoso préstamo de 1.500.000 libras esterlinas, gestionadas por Guzmán Blanco (1862-1863). También sirvió de agente de Venezuela para otro préstamo a cargo de la Baring Brother, por 1.000.000 libras. Ésta última sería uno de los grandes accionistas de la empresa minera El Callao.

Rojas había sido el director de la empresa Almacén Rojas, de origen familiar, y de la sucursal de la Guaira de la H.L., Boulton & Co (1857-1870).

Acompañó a Guzmán Blanco en la gestión del empréstito del gobierno surgido de la Guerra Federal (1863). Resulta evidente la relación entre Boulton, Rojas, Guzmán Blanco, las mencionadas firmas londinenses, y el famoso préstamo al nuevo gobierno federal, y que tiene toda una historia.

Ministro plenipotenciario en varias capitales europeas, destacó la ejercida en Londres, como agente fiscal de Venezuela (1876-1878). Negoció la construcción del ferrocarril Caracas - La Guaira, llamado también el ferrocarril inglés.

Sirvió como promotor, vendedor, abogado, y fuente autorizada para inversores, en la transacción de la Callao Bis y la concesión Sosa - Méndez en 1880. Fue dueño de concesiones mineras, como la otorgada en 1867, sin que podamos profundizar más, en su cartera total de inversiones.

En este mercado persa de intereses comerciales y deberes estatales, sobresale Antonio Guzmán Blanco, quien no podía dejar sus manos quietas sobre el dinero que era producido por las actividades del Estado.

Guzmán Blanco tenía entre otros intereses, participación accionaria en el monopolio de la firma Boulton sobre la importación de harina, y del transporte marítimo en la región occidental del país.

También poseía desde 1884, acciones de la compañía El Callao por la nada despreciable cantidad de Bs. 164.125. A partir de 1887, obtuvo un aproximado de 26 concesiones de oro en los terrenos del Yuruari.

Si consideramos el hecho de que la compañía El Callao había ampliado su capital accionario, de los iniciales Bs. 120.000, a Bs. 1.200.000, entonces nuestro ilustre presidente poseyó cerca de un 14% del total.

Esto quiere decir, que para el momento en que la compañía repartió beneficios históricos en 1886, por Bs. 11.012.400, el equivalente a 2.363.175,96 libras esterlinas, Guzmán obtuvo 330.844,6344 libras, una cifra fabulosa. Si añadimos los obtenidos en los otros años fiscales, sumaríamos mayor indignación.

El Ilustre Americano contaba además con los beneficiarios habituales: familiares, cercanos y deudos políticos con participaciones comerciales promovidas por el Estado. El caso del general zuliano Venancio López del Pulgar, es digno de mención.

Venancio Pulgar forma parte de esta ecuación difusa entre el regionalismo cansón, los levantamientos al menor signo de ofensa, buenos propósitos, y los bolsillos propios.

Al igual que Rojas, su relación con Guzmán fue compleja. Lo cierto es que ayudó al caudillo caraqueño a consolidarse en el poder entre 1870 y 1873. Pulgar fue nombrado en distintos cargos, y beneficiado con grandes privilegios.

El que nos llama la atención, es el contrato celebrado con el ejecutivo nacional el 12 de mayo de 1881, como recompensa por la pacificación de Ciudad Bolívar, levantada por Pío Rebollo en 1881.

La singularidad de este contrato es que se le otorgó a Pulgar, el privilegio para explotar por noventa y nueve años, todas las minas de cualquier naturaleza descubiertas o por descubrir en Guayana, a excepción de las que se encontraban funcionando.

Sin recursos para tan ambiciosa empresa, junto a su hermano, se trasladó a Londres, y formó la compañía minera Guayana Limited.

La prensa de la colonia guyanesa tuvo conocimiento de tan impresionante concesión, y apuntó las baterías sobre el caudillo zuliano.

Algunos accionistas y dueños de minas habían obtenido pobres ganancias en aquellos días, de tal manera que buscaron un culpable y se aliaron al diario The Truth, que criminalizó al general Pulgar, señalándolo con unos defectos repulsivos no a los moralistas ni a éticos victorianos, sino a los muy volubles inversionistas, seguidores del llamado sentimiento del mercado.

Pulgar fue calificado de asesino, pirata, extorsionador de dueños de minas para hacerse con sus propiedades, entre otras. En estas descalificaciones, el país no se salvó del desprestigio.

Tierra que no puede ser cultivada por europeos y unas minas metalíferas que nunca producirán nada. [2]

Con semejante campaña, Pulgar no consiguió los inversores dispuestos a colocar el capital de riesgo, de manera que el 9 de septiembre de 1883, parte de la concesión fue negociada con el estadounidense Cyrenius C. Fitzgeralt. Éste formará la Manoa Company Ltd. Ese mismo año, Fitzgeralt firmaría un contrato con el gobierno nacional para establecer colonias agropecuarias y mineras en el Yuruari.

Fundamentado en lo anterior, podemos quedarnos con esta función predicativa del concepto:

 

1 Funcionarios venezolanos y el mismo jefe de Estado, obtuvieron ventajas comerciales en la región del Yuruari, que se convirtió en parte de la zona del conflicto territorial.

w1


 

W

 

2 Existe una relación entre capitalistas establecidos en Venezuela, funcionarios públicos, gobernantes, y delicadas operaciones financieras realizadas con el aval del Estado.

w2

3 La mezcolanza entre intereses particulares y estatales, redujo la capacidad del gobierno para relativizar, los efectos de las infundadas reclamaciones en la zona de conflicto.

w3

4 El prevaricato local abrió la posibilidad a la prensa sensacionalista, para socavar el prestigio del Estado y de su gobierno, debilitando la posición del país.

w4

 

Entendemos por W, que los intereses personales en la zona de conflicto obraron en detrimento de los grandes fines del Estado, de acuerdo con los judicativos w1, w2, w3, y w4 .

 

La codicia como valor de verdad

De una u otra forma, los ingleses se quedaron con la mayor parte del oro venezolano.

Entre 1875 y 1880, las minas venezolanas produjeron un total de Bs. 123.450.000. Otras fuentes aseguran que entre 1866 y 1890, las minas produjeron Bs. 209. 224. 598,38 sobre la base un total de 70 toneladas de oro exportadas, sin contar con el contrabando, de no menor consideración.

Si establecemos una equivalencia entre bolívares y libras esterlinas sobre la base del patrón oro, encontraremos que el cambio oficial de la libra con respecto al oro en 1890, fue de 20,67 libras esterlinas por onza, fecha que tomaremos como referencia.

En el mismo orden de ideas, a pesar de que en Venezuela no regía el patrón oro, éste tenía un valor de 96,47 bolívares por onza.  De tal manera que la convertibilidad aproximada era de 4,66 bolívares por libra esterlina.

Esto significa que las minas de oro venezolanas produjeron unas 44.897.982,49 libras esterlinas entre 1866 y 1890, de los cuales más de un 90% aproximadamente fueron a parar manos de los tenedores de oro físico de Londres, París y los Estados Unidos, entre otros. En muy alto porcentaje a los primeros mencionados.

Si tomamos los Bs. 123.450.000 producidos por la exportación del oro entre 1875 y 1881, encontraremos que la ganancia en libras fue de 26.491.416,31, distribuidos de la siguiente manera:

 

Cuadro II

Ganancias por el oro en libras esterlinas (1866-1890)

Ganancias totales

Ganancias de los tenedores de oro físico

Ganancia de los accionistas

26.491.416,31

15.976.394,81

10.515.021,5

 

Pero vayamos a mayores detalles. Tomemos como referencia las minas del Callao.

 

Cuadro III

Compañía El Callao

Total de onzas (1871-1890)

1.320.929,09

Total de ganancias en libras esterlinas (1871- 1890)

27.263.968,9

Total de ganancias (1875 - 1886)

21.761.956, 4

Ganancias tenedores de oro físico (1875-1886)

11.956.849,1

Ganancia accionistas (1875 - 1886)

9.805.107,3

 

Sólo en 1886, la compañía El Callao pagó 2.363.175,96 libras esterlinas en dividendos. Como se puede notar, un enorme porcentaje de las ganancias totales producidas por la exportación oro, procedía de las minas del Callao.

Con abultadas ganancias, obtenidas de una manera relativamente fácil, con una tecnología primitiva, que sólo extrajo los filones que no requerían mayor procesamiento, dejando una buena parte por perdido, lo que implicó inversiones poco cuantiosas, es fácil determinar que la codicia, la fascinación por mitos hechos realidad, la afiebrada imaginación y el deseo de especulación, fueron la esencia motivacional, de las reclamaciones británicas y sus posteriores consecuencias.

La codicia es parte de la emocionalidad humana, medible en este caso, y con cualidades de reiteración y consecuencias, por lo que, como hemos indicado, podemos asignarle un valor real.

A partir de la codicia como verdad de valor real, podemos hacer varias propuestas conceptuales, una de ellas, es que la competencia por las minas más provechosas, entre funcionarios venezolanos, políticos ingleses e inversionistas, iba a ser proporcional a la capacidad de prevalecer sobre el contrario, e iba a ser dirimida a favor del que tuviera mayor poder de fuego para hacer valer sus pretensiones, y no del que tuviera mejores argumentos, recursos retóricos, o leyes más justas.

 

Los resultados

Se considera que parte de las inversiones realizadas en las minas venezolanas, no produjeron las ganancias esperadas, según algunos autores más severos, casi todo se perdió.

La compañía que presidía Hugo Watt fue creada en 1887, con anteriores explotaciones, como la concesión Unda. Algunas de ellas no tuvieron mayor rendimiento. Su puesta en marcha coincidió con el fin del ciclo del oro venezolano.

El caserío minero de Chile, al igual que los denominados Perú, Chocó, Panamá y otros, estaban ubicados en el distrito Nueva Providencia, en los campos auríferos de Caratal, al sur del Yuruarí.

La explotación Chile, tuvo una extensión de 573 hectáreas. Empleaba 500 mineros y 40 trituradoras. Su rendimiento fue de unos 730 Kg y 2.087 gramos entre 1870 y 1890. Cerró operaciones en 1894.

Las noticias sobre las fabulosas ganancias obtenidas por la producción minera del Callao, incitó una codicia desmedida, caos, desinformación y ofertas fraudulentas de nuevos yacimientos, condiciones ideales para especuladores habilidosos, con la capacidad de Watt.  Se estimaba en ¾ de onza de oro por tonelada, el gasto estimado de explotación, sin contar la excesiva inversión inicial en el transporte de maquinarias. 

El oro era embarcado en grandes cajas, cubierto con sacos de lonas y flotadores en caso de naufragio. Luego de un arriesgado traslado en mulas, famosas por su precisión, o de carretas tiradas por bueyes, salía del puerto de las Tablas (actual San Félix), rumbo a Trinidad, y de allí hacia las grandes capitales.

Minas como las que controlaba la compañía El Callao, podían extraer hasta 5 onzas por tonelada, una cifra que superó en ciertos momentos, los rendimientos de famosas explotaciones en Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica y California.

Tales rendimientos distorsionaron el mercado de valores, y las expectativas de ganancias del resto de las compañías.

En este interín, Hugh Watt reorganizó la compañía, haciendo una oferta pública de acciones comercializadas en la bolsa de valores de Londres, que sumaron un total de 1.000.000 de libras esterlinas, una cantidad exagerada si la comparamos con el capital inicial de otras explotaciones.

Las acciones sobrevaloradas fueron el producto de la actividad especulativa, y el caso de la New Chile no fue atípico.

Minas como las pertenecientes a la compañía Potosí, fueron consideradas en su momento, sobrevaloradas por analistas serios, que también existieron, y que actuaron con responsabilidad.

La burbuja financiera del oro se había creado sobre el mito de las minas venezolanas.

La repartición de dividendos anuales entre las compañías mineras establecidas en Venezuela era el evento más esperado. Tales expectativas no se cumplieron para la compañía New Chile.

Watt se las arregló para convencer a los accionistas, en disminuir el capital en un 75%, y soportar tales pérdidas con promesas a futuro.

Con tan pobres resultados, Hugo Watt arreció contra el gobierno venezolano. Deseaba para sí y para los suyos, los filones del Territorio Federal Yuruari, creado precisamente para frenar el avance inglés, y cuyas ganancias disfrutaban en parte, nuestros gobernantes. Una contienda entre pillos.

Watt sólo podía ganar la partida, convenciendo a su gobierno, para que se embarcara en una invasión en toda regla.

De tal manera que, en adelante, veremos a un Hugh Watt ataviado como tribuno de vestiduras rasgadas, entre el Parlamento y conferencias concurridas, abogando por la anexión de las regiones del Yuruari y de poblaciones venezolanas como Upata, El Callao y Guasipati.

Los argumentos de Watts mantienen esa rara simpleza, útil aún en tiempos modernos:

1.          La protección de sus conciudadanos, e inversiones, a los que denominaba público inglés, un puñado de ricos comerciantes.

2.          El despotismo del gobierno venezolano, del que había que librar a los pobres ciudadanos ingleses, que trabajaban en sus minas.

3.          La exagerada carga impositiva venezolana, que impedía el libre comercio y hacía rico a sus innombrables jefes.

 

El legado dejado a Venezuela

Los distritos distribuidos en campamentos desordenados de techos de paja, bahareque, socavones e inmundicias. Quincallas, pulperías, licor, traficantes, delincuentes, y busconas, el legado de progreso del imperialismo parasitario, y de un gobierno subsidiario y hedonista.

Tal vez lo más grave sea lo no cuantificado. Se calcula que cada compañía minera consumió un aproximado de cien tareas de madera diaria para mover las máquinas de vapor que trituraban el cuarzo. Cada tarea son dos metros cúbicos de madera. Las consecuencias sobre nuestras selvas no merecen mayores explicaciones.

[1] Foreign Office, 80/339, “Guayana británica y Venezuela” en Juan Almécija Bermúdez, La estrategia imperial británica en la Guayana Esequiba, Caracas, Universidad Andrés Bello, s/f, p. 158.

[2] The Truth, “Carta enviada al editor del periódico por T. Morris Perot, presidente de la South American Mining Company of Philadelphia, 28 de julio de 1881, Almécija Bermúdez, La estrategia imperial británica…,pp.  138.141.